jueves, 13 de junio de 2024

Sobre la filosofía cínica...

 Necesitamos más cinismo

Alejandro Magno y Diógenes el Cínico, de Sebastiano Ricci

JAIME RUBIO HANCOCK, 12/06/2024

FILOSOFÍA INÚTIL

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Una vez haciendo en el foro acciones torpes con las manos decía: “¡Ojalá que frotándome el vientre no tuviese hambre!”.


He copiado literalmente lo que escribe Diógenes Laercio. Pero sí, se refiere, una vez más, a la masturbación en público. Robineau recuerda que la filosofía cínica tiene mucho de ascesis, al ser una disciplina que renuncia al lujo y las comodidades. Pero a lo que no renuncia es al placer.


Esta tendencia a atender sus necesidades fisiológicas sin preocuparse por las consideraciones sociales fue uno de los motivos por los que a Diógenes se le llamó “perro” (kyōn), aunque él llevo el término cínico (kynikos, perruno) como una medalla. A Diógenes el insulto le servía para recordar que el ejemplo de los animales nos ayuda a distinguir entre los comportamientos naturales (y, por tanto, deseables) y los que solo son el resultado de costumbres (y que, por tanto, son inútiles o dañinos).


No tengo muy claro que todo el comportamiento “natural” sea positivo ni que todas las costumbres sean perjudiciales, pero lo importante es que nos lo preguntemos y nos lo planteemos. Estas convenciones sociales pueden ir desde lo más pequeño y cotidiano, como por qué insistimos en que el rosa es para niñas, a lo más amplio y político, como por qué nos empeñamos en mantener fronteras y tratar a los extranjeros casi como enemigos


Lo de las fronteras no es un ejemplo al azar: cuando a Diógenes le preguntaron de dónde era, contestó con una sola palabra, kosmopolitēs, ciudadano del mundo, una respuesta que los estoicos adoptaron como propia y que, de nuevo, llegó a Kant y a la Ilustración para convertirse, unos 150 años más tarde, en uno de los ideales que está detrás de la fundación de la Unión Europea.


Probablemente, Diógenes se burlaría las instituciones europeas, igual que de las españolas, las griegas o las turkmenistaníes. Y seguro que me arrojaría tres gallinas y cinco huevos a la cara por enlazar sus ideas con las elecciones europeas: “¡Buuuh! ¡Sociata!” (“sociata” es “progre” en griego clásico).


Pero esto me sirve para enlazar con lo que decíamos al principio acerca del significado que damos habitualmente a la palabra cínico. En su Crítica de la razón cínica, Peter Sloterdijk distingue entre cínicos y quínicos:


  • Los cínicos son los que piensan que todo lo que hay es hipocresía e intereses ocultos, y apuestan por un individualismo descreído y estéril. ¿La Unión Europea? Bah, un club de naciones para hacerles las cosas más fáciles a los ricos.


  • Los quínicos serían los cínicos clásicos y sus sucesores, que mediante el humor y la provocación quieren encontrar lo que hay de valioso en nosotros (e incluso en la Unión Europea, si lo hay). Un cínico no es alguien que no cree en nada, sino alguien que busca algo en lo que creer. ...


Y si no lo encuentra ni con ayuda de una lámpara, siempre sabrá disfrutar de una tarde al sol.

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JAIME RUBIO HANCOCK

Periodista en EL PAÍS y columnista en Anatomía de Twitter. Antes pasó por Verne, donde escribió sobre redes sociales, filosofía y humor, entre otros temas. Es autor de los ensayos '¿Está bien pegar a un nazi?' y 'El gran libro del humor español', además de la novela 'El informe Penkse', premio La Llama de narrativa.





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