jueves, 24 de noviembre de 2016

Cecilia, chimpancé de un zoológico argentino considerada 'Sujeto de derecho no humano' en 2015

Para Arthur Schopenhauer la envidia (el dolor por el placer ajeno) es más comprensible que el morbo (el placer por el dolor ajeno): la envidia es humana, el morbo (Shadenfreude) es demoniaco. Pero pocos pensaban así en otro tiempo. En el año 80 el emperador romano Tito inauguró el Coliseo con una fiesta de 100 días en la que murieron centenares de personas, 4.000 animales domésticos y 5.000 salvajes. Por las mañanas la concurrencia se deleitaba con peleas que combinaban una gran diversidad de animales: toros, elefantes, jabalíes, leones, leopardos, liebres, rinocerontes, búfalos, bisontes, hipopótamos, cocodrilos, monos, humanos… El poeta Marco Valerio Marcial describe el caso de un toro que, tras recibir estímulos en forma de pinchazos y quemaduras, corrió enloquecido por toda la arena hasta que un elefante acabó con su vida. También hay testimonio de otro toro despanzurrado por el doble cuerno de un rinoceronte encolerizado. A mediodía tenían lugar las ejecuciones de criminales y desertores, momento que algunos dignatarios aprovechaban para salir a almorzar. Y por las tardes era cuando se programaban las esperadas luchas de gladiadores y las sanguinarias escenificaciones de batallas navales (naumaquias). El Coliseo funcionó durante cinco siglos con estos entretenidos espectáculos y sus piedras vieron morir a medio millón de personas y más de un millón de animales salvajes, toda una tradición sin duda. Sus nostálgicos debieron invocarla con furia cuando, en el año 523, se vendieron las entradas para la última carnicería. Como si lo estuviera oyendo: al que no le guste que no venga.

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